sábado, 15 de septiembre de 2007

Gran hermano - ( 1)

(Primera parte)

¡Gringa!, el pez mordió el anzuelo, gritó Luciana desde el pasillo. Entre nostras eso significa que el cliente quiero algo más que un trago.
Ya voy, le dije a Lu.
Me puse mis botas favoritas: las que tienen pelusitas, negras y de gamuza. Prendí un cigarrillo mientras me frotaba las manos.
Salí de la facu a las once. Caminé cinco cuadras para tomar un taxi. Hace diez minutos me dejó en el departamento. Ahora estoy acá, en este cuartito. Luciana lo decoró para mí. Ella sabe mis gustos y lo hace muy bien. Tiene luces de colores, un espejo en el techo. La cama es de primera: como algodón o un pedazo de nube. Tres metros más allá está el Jacuzzi. No me puedo quejar. La verdad es que tengo ganas de dormir, no de cojer. Tiré la mochila debajo de la cama. No avergüenzo de ser prostituta, aunque trato de preservar mi vida: la universidad, mi casa, la rutina; nada raro. Acá, el puterío corre rápido.
¿Me entiende?

¡Gringa, sos una reina! me dijo Lu apenas me vio salir. Caminé por el pasillo con los ojos atentos. Lu dice que sin luz hay privacidad. ¿Qué sentido tiene abrir los ojos si no se ve un carajo?
La iluminación está al final del pasillo. Algunos dicen: cuando una persona muere transita por un túnel oscuro, que la luz está al final del camino. Todas las noches le digo a Lu que yo transito el camino de la vida y la muerte. Lu se ríe y me dice: Vaya a la luz, allí está su ángel, lo espera con un whisky y con la billetera cargada.
En la oscuridad divisé al cliente. Camisa blanca, mirada nerviosa, fumador compulsivo. Llegué a la barra y me senté en la banqueta. Él quedó en el sillón VIP (como decimos con Lu). Sentí sus ojos en mi cola. A mí no me gusta andar detrás de ningún hombre, ellos son los que quieren coger.

Lu me dice que soy como esas loquitas que bailan en el carnaval de Brasil, pero yo le contesto que acá el único carnaval es dejar pelado al más adinerado. Hay demasiado frío para que esto sea Río de Janeiro. Además, el carnaval es al aire libre y acá estamos adentro de un departamento.
Le dije a Nancy que corra la botella de piña colada.
¿Qué pasó?, dijo.
Boluda, quiero ver la carita del pez, le dije.
Nancy sacó la botella y me dijo: Nena, el flaco te come con los ojos.
Sí, ya sé. Por eso te dije que despejes el área. Nancy corrió la botella y me dejó libre parte del espejo.
Él, trago en mano, piernas cruzadas y pelo medio largo. Inyectó sus ojos en mi cuerpo, clavó su mirada detrás de mí.
¡Qué colita tengo!, pensé. Blanquita, pulposa; colorada cuando llega el frío o el calor.
Después de tres minutos dejé caer el cigarro. Bajé de la banqueta, pegué las piernas, bien juntitas como buenas siamesas. Flexioné mi cuerpo. Tomé el pucho con toda la paciencia del mundo. Mis piernas seguían firmes. Dejé mi cola como un cañón que apuntó directo a su cara. Luego me acomodé en la banqueta. Me recogí el pelo con ambas manos y me hice una trenza para que su cara se refleje en los brillitos de mi espalda.
Nancy guiñó el ojo.
Sentí la respiración a mi derecha.
Continué con la vista al frente.
(Continuará)

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