sábado, 1 de septiembre de 2007

Vagabundo

Revuelvo la basura de un canasto ajeno. Nada raro. Lo de siempre: comida, un trozo de sueño; lo mismo que busco desde que llegué a este mundo. Tengo la piel curtida por los años. La noche es mía. Aquél duerme. Yo no duermo porque el sueño se durmió. Escapó de mí, no sé por dónde andará. ¿En qué ando yo? En eso. La comida es una excusa para la falta de sueño. Condenado a caminar los caminos empedrados, las calles de cemento, el ruido de los autos. De lunes a lunes. De barrio en barrio, sin documento. Soy extranjero en mi propia tierra.
Nací sin nombre. No sé cómo me llaman. Sólo veo el parpadeo de algún labio. No sé si me insultan o me alaban. No lo sé. Sólo veo sus labios.
Hoy me crucé con Bruno, otro que anda como yo. Pero éste tiene nombre. Me dijo que me cuide, que andan por acá cerca. A mí me pasó una vez — le dije—. Sentí la soga al cuello. Y ese fuego quemó mi piel. Escapé como pude y aquí estoy.
— Gracias por avisar — le dije.
— De nada — dijo y se fue.
Pienso en esto mientras contemplo mi cuerpo en el asfalto. Con ojos desorbitados y la lengua hacia un costado. Un hombre pasó cerca de mí; balbuceó y dijo: “El auto lo reventó”. Sí, contestó otro. Y agregó: "No tiene collar ni nada, es un perro de la calle, no pasa nada".

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