domingo, 30 de septiembre de 2007

Septuagenaria

Me levanté de la cama en el momento que se prendió el televisor. Siempre lo programo a las siete en punto, por las dudas que pase de largo, que me quede dormida.
Jeremías tenía la misma manía que yo, aunque él pasó de largo: se fue. Sí, para arriba, ahí en donde está el Señor. Quedó tendido en la cama no sé cuántas horas; el noticioso había terminado, también el programa de Polino, el otro de cocina y así siguió.

Entré al cuarto y lo vi tan tranquilo que pensé: qué siesta más larga se echó éste. Yo volvía de la casa de Norma. Después llamé a Norma por teléfono para avisarle que Jeremías había muerto, bueno no fue con esas palabras. Creo que le dije: se desmayó, o el sueño pesado. En fin, algo así le dije. Aunque en el fondo sabía que el viejito se había muerto, un septiembre como éste, de un martes como hoy.

¡Cuánto tiempo pasó! Diecisiete años, ¿no? Vos apenas una pelusa, qué te vas acordar, Tomás. ¿Qué querés? Mira, no sé si queda salame, sino te vas a tener que conformar con Gatis. Sí, sí, ya sé. Desde que naciste venís con la misma comida, pero ahora cambió: los Gatis vienen con sabor a queso, pescado; todo cambió, che. Ni creas en eso que dicen: todo lo que sube tiene que bajar. No sé si Jeremías bajará de allá arriba, pero si de algo estoy convencida: los Gatis y los tomates no: sólo suben, suben y suben. En este país, lo único que no baja, es el precio de la góndola. Todo lo demás puede bajar. Incluso Jeremías.

Así es Tomás. A la mierda con todas esas teorías, esos son puros cuentos. Cuentos, sí, cuentos…como el que me hizo esta nena, de la que hablan acá, en el diario…
Pero… ¡cuántas más que yo hay acá! ¿Sexo…qué? Ah, septuagenaria. Ahora me dicen “anciana”, y ahora “abuela”. Ay, pero por qué no escribió Clotilde. Si el periodista me decía a cado rato Clotilde: qué pasó, cómo sucedió, a qué hora. Anotó en su libreta cada detalle. Ay, para colmo, el muchacho hablaba tan bien, con tanta claridad. Y ahora, que leo la noticia me pregunto por qué no escribe como habla, por qué anda por ahí, como buscando las cinco patas del gato. Y eso que lo conozco desde que nació. Siempre me dijo Clotilde, y ahora, desde el diario, me dice: “septuagenaria”, “abuela”, “anciana”. Pero de quién habla, cuántas son. Si yo soy una: soy Clotilde.
Si el muchacho periodista tuvo la valentía y la voluntad de poner mis setenta y siete años, porque no escribió mi nombre. Usted sabe, Tomás, cuántos sinónimos, sustantivos y adjetivos se ahorraba el periodista. Bueno, a ver, shhhh…Tomás, quedate quieto. No me cortes la lectura.

“Al escuchar el llamado de la puerta la abuela procedió abrir la misma”.

¿Cuál llamado? Tomás, ¿qué escuchaste?, un golpe, ¿no? Nos tocaron la puerta, y sí, porque acá quien toca el timbre que espere sentado, desde que se me fue Jeremías, el único timbre que estoy predispuesta a escuchar es el de Dios, todos los demás están rotos.
Tomás, usted sabe que siempre le abro la puerta a quien golpea, nada de mirar por el picaporte. Ay Tomás, acá me dicen que abrí “la misma”. Ahora sé que no sólo debo desconfiar de los jovencitos amables sino también de los periodistas. ¡Me hacen decir cosas que yo jamás dije! Yo sólo abrí la puerta, pero no sé si será la misma que menciona el muchacho periodista, porque mi puerta no es la misma que la de él, ni la puerta de él es la misma que la de su vecino; al fin y al cabo: la puerta es una puerta, ni misma ni distinta, sólo una puerta. ¡Qué ganas de complicarse la vida!

Shhh…dejá de joder, Tomás. Sigo:

“Una vez en el interior de la vivienda el sujeto en forma violenta comenzó a amenazar a la indefensa anciana, dándole a entender que entre sus ropas tenía algún tipo de objeto contundente, o queriendo demostrar que estaba armado, con lo cual le solicitaba la entrega del dinero y objetos de valor a la septuagenaria”.

El joven me dijo: “Vieja, la guita acá, si no te hacemos boleta”. Así me dijo, viste Tomás. Y yo le entregué boletas de luz, canal, de la Internet; todo. Y pensé: qué amable es el pibe. Y me dijo que no me haga la tonta, que le de la plata. Para él, boleta es sinónimo de muerte. Bueno, ahora que veo la cuenta de la Internet pienso que no estaba tan errado. No será la muerte pero a uno lo persiguen con todos estos decimales.

“Indefensa anciana”. Mmmmm…lo de anciana está bien, pero indefensa. ¡No!
Vos, Tomás, sos testigo de los dieciséis cuchillos que compré gracias a un programa de televisión, hasta la moneda más pequeña puedo cortar. Igualito al que mostró aquel muchacho en la tele, pero si hasta le dije: mire, yo le compro los cuchillos, pobre de usted que no llegue cortar esta moneda de veinticinco centavos que tengo en mi mano, porque no sé cómo pero viajo hasta Buenos Aires y lo rebano en mil pedazos y de su muerte hacemos una nueva publicidad. Nada de trucos, eh! Parece que el joven se sintió mal, y me dijo, con voz temblorosa: señora, si eso no sucede le devolvemos el doble de su dinero.

Sí, Tomás. Así como te conté, así me dijo.

Pero no te quiero enredar, sigo con el diario, me quedé en….a ver. Sí, acá: “Dándole a entender que entre sus ropas tenía algún tipo de objeto contundente (…)”
Ay, el muchacho periodista me hace sacar canas verdes. El chico me dijo: “Vieja, todo tranqui, acá no pasa nada, pero la guita acá, toda. Si no querés comer plomo” –dijo y palmó su bolsillo – “toda la guita acá”. Y yo, que ya había desayunado tostadas con mermelada, le entregué cuatro mil pesos.
¿Un revolver es un objeto contundente?, pero qué clase de idioma hablan acá. Ahora entiendo porque cada vez que matan a una persona los crímenes quedan impunes. Claro, si el diario cambia todo, pero ni las palabras de uno le respetan.

Escuchame, Tomás. El día que me vaya para arriba te pido lo siguiente, que en mi tumba escriban: Aquí descansan los restos de Clotilde Morrison. Nada de anciana, ancianita, abuela, abuelita, septuagenaria o indefensa. Y menos aún, que el titular del diario diga: “Murió septuagenaria” o algo por el estilo.

Mirá, Tomás. El presidente está en televisión. Éste es otro que no lo entiende ni Dios. No sé por qué, pero cada vez que comienza su discurso dice: “amigas”, “amigos”, “compañeros”, “queridos”, “hermanos”. Una persona así, con tanta cantidad de amigos, me pregunto –y te pregunto, Tomás –: ¿Cuántos regalos debe recibir en el día del amigo?
Ay, pero éste nunca escuchó lo que le dicen por acá: represor, traidor, asesino…y no sé cuántos calificativos más. ¿No lo escuchó? O se hizo el sota, porque hasta Crónica lo pasó, todo el día, dale que te dale. Mirá las ojeras que tiene, yo tengo setenta y siete años y estoy en mejor estado que él. Pero éste está hecho mierda.
Sí, Tomás, hecho mierda quedó el país desde que tengo memoria, acá todos hablan de la libertad, de los derechos humanos, todos abrazan la dignidad, la solidaridad, el trabajo, pero acá, todos se llevaron la suya. Y ahora sale éste hablar de amigos. Por favor, ¿amigos? Yo, con usted, ni amigo, ni enemigo. Que grite como loco, que repita como loro.
A esta gentuza no hay que darle confianza, Tomás. Te hablan con amabilidad, y uno que es bueno, le dice sí, lo invita a su casa, a su intimidad. Después te roban los ahorros, ahora me pregunto –y te pregunto, Tomás–: ¿Qué paradoja, no?

Los jovencitos que me afanaron el martes pasado me hablaron con amabilidad.
Con esa carita de ángel qué más podía decir. Claro, después, sassss. Que dame la guita, que te lleno de plomo, que esto que aquello. Por eso te digo, Tomás. De ahora en más, voy a desconfiar de todo aquél que dice:
“Buenas tardes”, “permiso”, “disculpe”. O como dice éste: “Compañeros”.

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