lunes, 17 de septiembre de 2007

Gran hermano (2)

(Segunda parte) - (link. Primera parte)

—Hola, rubia. ¿Cómo estás? — dijo.
— Uh, perdón, no te vi — dije, y rocé sus labios.
—¿Hace mucho que estás acá?
—Desde que prendí el cigarro.
—No, pero digo: hace cuánto que laburas acá.
—Ah, y…tres años, más o menos.
— ¿Sos de Buenos Aires?
— No, nací en la patagonia
—En qué parte.
—No sé, ya me olvidé.
— ¿Qué te invito? —dijo con sus ojitos clavados en su billetera. Tenía dólares y el resto de cien pesos.
—Un licor de menta — le dije.
—¿Nada más?, no queres otra cosa.
—Me encanta la mente.
—Me llamo Rubén —dijo.
—Diana — le dije. (Diana coje de madrugada y Dalila estudia de día, pensé)
—¿Por qué te reís? —dijo.
—Nada, me acordé de algo.

Rubén me preguntó qué música me gustaba, yo le dije rock nacional. Abandonó la banqueta y fue hasta la rockola.

—Otra vez sopa —le dije a Nancy— . Mujer amante.
— ¿Te gusta Rata Blanca? — gritó Rubén desde la rockola.
—Sí, me encanta. Es mi canción favorita.
— Bueno, ya tenemos algo en común —dijo.

Me tomó por la espalda. Yo seguí firme a la banqueta. Colocó sus manos en mi cintura, sentí su pija petrificada. Mi cola se desbordó como gelatina. Me arrojó anillos de humo. El humo se deslizó debajo de mis tetas.

—¿Vamos? — dijo con los nervios desgastados.
— ¿Qué servicio te interesa? — le dije.
—En la cama te digo — dijo— . Y aplastó el pucho como a una mosca.

Me levanté como una reina que deja el trono. Tomé a Rubén de la mano, caminamos por el pasillo de la vida y la muerte. En medio de la oscuridad le apreté la pija. Tibia y dura como bocha de acero.

—La Gringa es tuya —le dije apenas entré al cuarto. Junté mis piernas, flexioné mi cuerpo hacia abajo. Limpié cenizas del cigarro que había fumado. Pegué mi cola a su cuerpo, le bailé lambada en posición de perra en celo.

Rubén me penetró dos sin parar. Primero me tomó de los tobillos. Luego separó mis piernas como un arco. Dividió mi cuerpo hacia todos los puntos cardinales: mi pierna derecha miraba al oeste, la izquierda al este y viceversa.
Deslizó su lengua como una víbora entre mis piernas.

—Te gusta — murmuré.
—Mmmm… — secándose el labio.
—Nada mal, con un toque de azúcar se puede mejorar —dijo— : Un poco más agrio que cualquier otro plato.
Largué una sonrisa.
—Seguro —dije— . Presioné su nuca con ambas manos. Manipulé su cabeza como un joystick.
Me cogió de todos los ángulos posibles: por arriba, por abajo, de perfil. Hizo algunas piruetas, trabajó con su cuerpo y con el mío.
La cama se estrelló contra la pared. La madera acompañó el ritmo del reloj. Un golpe seco, duro. El segundero se transformó en carne dura y caliente.
Rubén tomó impulso y…¡plaf! Una y otra vez, diez minutos, una hora, no sé. Hasta que llegó. Dijo que venía, que estaba ahí. El primer chorro golpeó mi nuca. El segundo quemó mi espalda, y el tercero se deslizó como un río que abrazó mi cintura.
Tembló.
Suspiré su triunfo, su derrota.
Rubén desplegó dos horas de furia más que placer. ¿Amor?, no. Ausencia de amor.
El clima era raro: una mezcla de odio y calentura por parte de él. Lo mío es un placer adinerado. Por dinero puedo fingir: amor, calentura, orgasmos, gritos, susurros, amenazas.
(Continuará)

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