domingo, 24 de febrero de 2008

Burocracia

—Para una hora, fácil—dijo un hombre en plena fila—. Peinado hacia atrás, canoso, cuarenta y pico de años, ojos brillosos.Quizás eran treinta o cuarenta.
La cola avanzaba a paso de tortuga.
—Mirá—señaló a la izquierda—, ahí tienen la computadora para los jueguitos.
En efecto, un joven tecleaba a dos dedos. Jugaba al Pacman.
En el escritorio siguiente, una mujer revolvía una bolsa de bizcochos y un joven, de traje y corbata, bostezaba.
Cinco minutos después, me dijo: «Acá tiene que ser como en Trelew, no pueden tener a la gente así».
Asentí.
—A esa mujer se le va a caer la cara—dijo. Indicó a la derecha. La mujer con el puño cerrado y el brazo en la cara.
—Acá se rascan todos—dijo, cruzado de brazos—.
Un pibe detrás de mí lo escuchó. Y dijo:—Allá—señaló con los ojos—, están todos al pedo.
El hombre pegó media vuelta, yo también. A la distancia estalló el inconfundible sonido del Menssenger.
Gente de traje y corbata por doquier, en el fondo, era verdad: nadie hacía nada. Todos simulaban algo importante. Ellos ahí, con bizcochos entre dientes. Acá, la masa fundiéndose bajo un sol de mediodía.

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