sábado, 1 de septiembre de 2007

Mosquita muerta

Pablo gritó: “El mundo se viene abajo”. Se acurrucó bajo el suelo, arrastró el cuerpo como gusano; escapó de la trinchera como soldado en guerra.
¿Dónde está el enemigo? Un soldado existe cuando hay rival. No veo a nadie pero él lleva una guerra consigo mismo.
¿Enemigos invisibles? ¿Enemigos de la nada? ¿Dónde están? ¿Qué hacen?
Dejó el poxirrán en la mesa. Cinco kilos es mucho, le dije. No es nada, me dijo con la mirada. Pablo tenía dieciséis y ahora tiene un poco más. El único que se viene abajo sos vos, el mundo está acá, dije y señalé un globo terráqueo medio desinflado.

Pablo dice que en una semana gasta trescientos pesos en coca. Ahora tiene 28. Y pensar que cuando era chico tomaba Coca – Cola, ahora anda con la nariz empolvada juntando delirios en la tarde. Roba rosas negras en el jardín del olvido. Su novia es un esqueleto de melena rubia. En la mano derecha sostiene la daga. Allí brilla el cuerpo de su amante.

— Hola mi amor, te traje un regalo — dice Pablo y entrega un ramo de rosas marchitas.
—Don Escobar, ¿cuando piensa dejar la merca? — dice ella — Pablo levanta el dedo medio, y risa de por medio. Quizás por el apodo. Tal vez por el pase.
Sos Escobar pero sin la erre. ‘E-s-c-o-b-a’. — dice ella—. La novia toma una rosa con la daga y la triza en mil pétalos de colores.
— Cómo te gusta barrer neuronas — dice ella—. Pablo deja de reír. Quizás por el apodo. O tal vez el pase le suspiró el cerebro.

Golpeo la puerta.

Pablo me invita a su casa. Su cuerpo temblequea al ritmo de una música que sólo él alcanza a oír. ¡Escuchá!, ¡escuchá!, dice. Pero lo único que oigo es el aleteo de una mosca que reposa en su nariz. Cuántos ojos: cincuenta, tres mil, ocho mil. Cuántos ojos tiene ese diminuto insecto que ahora frota sus patas ahí.
Eh, eh, ¡fuera! ¡fueraaa!, grita Pablo y la boxea con el pulgar. Como abeja que extrae el polen de una flor en primavera, la mosca robó átomos de coca de una tarde gris.
Temblás demasiado. ¿Por qué no visitás a un doctor? — le digo— . Ya fui, me recetó no sé cuántas pastillas. Tengo que volver a visitar a don Ramírez, es un gran médico. Le voy a pedir que me pase la dirección de su proveedor.

— ¿Qué día es? —dice Pablo—. Con ojos clavados en un almanaque del 2000

—sábado 28 de julio del 2007…

— Eh, bueno, ya sé. No es para tanto — dice —. Yo me pierdo un poco, pero sé que estamos en el 2007.
Dice Pablo y me incluye en plural, como si yo andaría perdido con él, y como él. Con la nariz empolvada en los delirios de la tarde.

—A mí lo único que me pierde, Don Escobar, es la sonrisa de Diana. No sé si tanto para olvidarme del día, pero sí, en algo me pierdo. No sé por qué será.

— Diana es para vos, lo que la merca es para mí— dice Pablo —. Si estás con ella te sentís bien, pero en el momento que te deja se te cambia el sueño, andás de mal humor…

— Estoy en pleno síndrome de abstinencia — le digo —. Hace una semana que no sé nada de ella. Pero Diana es así, se enoja y después me llama.

— Ahí está la diferencia — señala Pablo —. A mí la merca nunca me llama, aunque esté en pedazos arriba de mi cama…

— Y tenés que pagar — le digo —. Porque la merca es la prostituta más cara.

Don Escobar camina encorvado, despacio casi lento. En la joroba guarda el sol, la luna; el insomnio, los sueños y las cenizas. Enciende un porro y dice: “Mi vieja piensa que fumo cigarros armados”.

—Decime: ¿Qué cigarro tiene semejante baranda?

—No hay — le digo.
— No existe — me dice.

Una vez dije que el mundo se venía abajo; yo no lo recuerdo pero vos me contaste. Sí, así fue, le digo. Todavía tengo el globo terráqueo. Está un poco castigado, pero sirve, ¡eh!

— Bueno, castigado está el mundo — le digo .

Don Escobar me acerca ese mundo de plástico, tiene un color amarillento producto del humo del cigarro; más allá del color y la vejez, el planeta se conserva prolijo. Él tira todo arriba de la mesa como un chico que trae un juguete. El globo rebota de mano en mano.

— ¡Mirá!, Afganistán —dice—. Acá está todo el quilombo.
—Bueno. ¿Qué país está libre de problemas?

— No hay — dice.
— No existe — respondo.

Don Escobar termina el cigarro de marihuana. El mundo está en su palma derecha, quiere impresionarme con algunos jueguitos. Deja el planeta en una punta de su mano y se desliza a la otra como un nene que baja en tobogán. Pareces un Globetrotter, le digo.

— ¿Un qué? — dice Pablo.
— Éstos que jugaban al básquet y hacían malabares con la pelota…

— Sí, sí…ya sé, los tengo.¡Los tengo!, dice Pablo. Pero lo único que tiene es un cigarro de marihuana. Y el humo desvanece el aire como sueño en madrugada de invierno.

Regresa la mosca. Sí, la misma. Vuelve con sus ocho mil ojos y ese zumbido grave que endulza el aire. Atraviesa la brisa con mil aleteos. Planea por enésima vez. Va y viene, surca el cielo de chispas. Está allí, está acá. Por ahí abajo, por acá arriba. Desciende entre nubarrones de marihuana y golpea su cuerpito en el atlántico. Don Escobar toma restos de una colilla, enciende y afina la puntería. Cuenta: uno, dos…y tres.¡Bum! Estalló el mundo en sus manos.

—Y, si aguantaba era demasiado — dice y arroja al mundo en un cesto de basura.
—Mañana me compro otro.
Don Escobar es así, no se hace drama por nada.
El moscardón es una mosquita. Negra, negrita quedó. Murió en el atlántico en un mundo de plástico. Su cuerpo es hojaldre que deshace el aire, ceniza que abraza el viento. Polvadera detrás del olvido.

Dueña del aire enemiga dulce.
Patitas al cielo arden en versos;
astros que arrojan estrellas negras
en el mar de vos, en el silencio de mí

Tu voz silba canciones en re menor;
diminuto cuerpo en piel de seda,
aromas y perfumes en tu canción;
aleteo salvaje, furia atroz.

Pelusa que me roba mi paciencia.
Bajo sombra mi sombrero condena,
que enciende tu voz con fuego de sol.

Un millón de cenizas en tus ojos,
qué triste camino el viento llevó;
Tú, mosquita. Tu aroma de nada.

— ¿Cómo es la melodía? — dice Don Escobar.

— Es como Bach pero con distorsión.

— ¿De qué tipo de distorsión hablamos? — pregunta.

— De la misma que usó Kurt Cobain el día que grabó Smells like teen spirit — contesto.

— Bien, bien. Ahora entiendo. Es una lástima. No debí matarla. Me perdí su concierto. Tal vez si escuchaba la canción le perdonaba la vida, dice.

— Tal vez — le digo.

— Qué corta es la vida de la mosca — dice—. Tan sólo veinticuatro horas.
El humo del cigarro duró más que su vida.

— Un suspiro al viento.
— Es decir: nada.

Don Escobar me acompaña hasta la puerta. Me dice que su casa es como Londres pero aclara la diferencia: aquí la niebla es marihuana. Me despido de él y sus delirios.
En el cielo está la luna con todas sus figuras. Me pregunto si el color amarillento será también por el humo, no lo sé. Camino al compás de los murciélagos, estos animalitos son ratas con alas. Uno de ellos queda junto a mi hombro, su presencia no me intimida ni me molesta. En una esquina me cruzo a una mujer de unos treinta años; tetas exageradas, culo pronunciado. Intenta preguntarme algo, lo veo en sus ojos, en sus labios, en ese movimiento de caderas. En esa maestría para mover el culo. Está por decirme algo. No dice nada. Se asustó por la presencia de mi compañero.
Me siento protegido por esta rata voladora, que vuela menos que la mosca de Don Escobar.
Su presencia es puro espanto y terror. Allí voy, con la putrefacción arriba de mi hombro.

La luna acompaña el ritmo de los bares. El canto de los borrachos, el gemido falso de las putas. Esta calle está repleta de bares de mala muerte. Ahí adentro aún se toma vino con soda, la rata voladora hace un chasquido con la boca, creo que me dijo: ninguna de estas prostitutas vale un polvo.
¿Pero cómo sé interpretar la lengua de los murciélagos? Bueno, son muchas horas de Discovery Channel.

Una mujer gorda de pelo castigado nos mira detrás de la ventana. El Whisky le quemó la raiz del pelo. Está cruzada de brazos. Tiene la espalda de un ropero. O se tragó un ropero, no lo sé.
La rata voladora me dice: bueno, compañero, nos vemos. Yo me echo un polvo.
Bueno, que lo disfrute. — Qué más le puedo decir a un murciélago con hambre de sexo— .

Ahora me pregunto. No sé quién está más loco: ¿El murciélago? ¿o la mujer de espalda generosa?

2 comentarios:

Selene dijo...

No sos Fernando T, no?
Sino sos él, escribís muy bien. Si sos él no ja.

Un abrazo

Andrés dijo...

Con él cursé algunas materias. Soy otro Fernando.
Gracias, Selene. Saludos.